Sin la idea de trabajo escénico, de empeño lúdico en ebullición, no es posible la performance. Esta requiere construir figuratividad y medio, cuerpo y espacio que determinan la escena. Echavarren dice que se trata de una “alegorización” donde los participantes destraban el comportamiento encontrando cada cual y en el compuesto el margen del deseo. Entre el acting out de los cuerpos y el vehículo de los fetiches se despliega lo englobante sónico e imagético propio de la performance y todo conduce a la vibración del entrelugar, dominio del “cuerpo vibrátil” o “ser de sensación” donde se amplían los dones poéticos y escénicos.
¿Es posible que este sea el radical sentido, el de señalar el recorrido de una potencia singular que va al encuentro del acontecimiento? El entrelugar es un fuera de lugar y produce lo sensible incondicionado que vibra como tensión y desfiguración, como catástrofe de las tradiciones expresivas, fundiendo el plano de contenido y de expresión y el mixto constituye un impromptu por su esencial fragilidad, improvisación y finitud: “En la inestabilidad de todo / el tiempo que se rompe se vuelve mi maestro.”
Adrián Cangi
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