Las entrevistas suelen ser una forma de reconocimiento de los escritores. El periodismo distingue así a determinados autores y contribuye, sino a su consagración, por lo menos a su proyección en tanto personalidades representativas de la cultura y voces de autoridad para debatir y opinar sobre cuestiones que no suelen limitarse al oficio. Los motivos de interés son variados: un simple fenómeno de ventas, la aparición de un nuevo libro, la reflexión sobre circunstancias de actualidad, el consenso alrededor del valor de una obra. Algunos escritores son tan solicitados que se convierten en personajes estables en la agenda de los medios de prensa. En ese marco la figura de Rodolfo Walsh se recorta con la misma singularidad y la misma distancia que mantuvo respecto de las representaciones del periodismo y la literatura dominantes en su época. Walsh se dio a conocer muy joven como escritor. En 1953, cuando tenía 26 años, obtuvo un premio por su primer libro de cuentos, Variaciones en rojo, y compiló Diez cuentos policiales argentinos, la primera antología del género publicada en el país. A fines de la década, como dijo en un texto autobiográfico, “Operación Masacre cambió mi vida”. En la primera mitad de los años 60, sus obras de teatro y libros de cuentos recibieron los elogios de la crítica especializada y en la segunda profundizó su compromiso político a través de la militancia. Buscado por la policía, obligado a vivir en la clandestinidad, testigo de la Revolución Cubana, autor de notas de alto impacto público, fue en sí mismo un tema de interés (ya en 1958 es señalado como una “revelación periodística”), y como parte de esa atención, con el transcurso de los años, se configuró el conjunto de conversaciones que este libro recopila.
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