Unos obreros destruyen una casa que otros construyeron hace muchos años atrás, una pareja se destruye y hay que encontrar las herramientas para persistir en ese duro deseo de durar. Los poemas prosaicos de Eloísa Oliva son hermosos, mantras sobre la impermanencia, una dulce escenificación de la gentrificación de las ciudades en las que vivimos y que ya no recordamos que alguna vez, fueron hechas a imagen y semejanza de las constelaciones. En esa tensión entre el cuerpo celeste y cemento urbano, discurre esta poesía necesaria, potente.
Fabián Casas
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