Cruda como nunca y brillante como siempre, en estos relatos Gaby nos cuenta de la muerte y de la vida, de ser hija, ser madre y ser huérfana. Es un libro de entrega, y de él nos quedan imágenes perdurables: la luna recostándose sobre la cara del hijo recién nacido o el canto de una mujer en la oscuridad, mientras su madre se va del mundo.Cada historia tiene algo visceral dicho con palabras simples. Y en medio de la simpleza se recorta claramente un estilo inconfundible. Leemos que el amor tiene alas amorosas y se despliega en aguas transparentes, luminosas, donde se han fundido las lágrimas y la sangre hasta volverse un cielo líquido que lo perfuma todo, y es como escuchar a Gabriela por primera vez.Como en la mejor literatura autobiográfica, la autora hace una descripción de sí misma que es también una clave para entender su literatura: ser un ingrediente del misterio. Leve, decidida, guiada.Inés Acevedo¿Quién cuida a las personas que lo necesitan? ¿Cómo es ese momento de la vida adulta en el que podría parecer que todo está resuelto y, sin embargo, es preciso transformarse en otro? ¿Qué relación tenemos con la vida y la muerte, nosotros que nacemos y morimos en hospitales, que delegamos en otros esos segundos trascendentes? ¿Cómo es estar presente, poner el cuerpo, acompañar a nacer y morir? Una mujer, en los ratos en que puede escaparse de las demandas de un pequeño sediento, se sienta y escribe. Puede ser que lo haga buscando respuestas a esas preguntas cruciales, que forman una constelación en movimiento rápido sobre su cabeza. Un beso perdurable es todo eso y es también una respuesta por escrito, en la prosa irisada de una poeta que goza en cada frase, a una pregunta tanto o más vital, que atraviesa todos los órdenes: ¿qué es la gracia? Marina Yuszczuk