Recuerdo las circunstancias exactas en las que conoci los libros de Daniel Mella. Esa especie de claridad de la memoria ocurre muy cada tanto, con libros muy puntuales, y es una señal a la que hay que atender. Por razones remotas había viajado solo a Montevideo y una tarde de domingo sali a deambular por Tristán Narvaja, bajo un cielo limpio. Entre a una libreria al azar y, como si apostara todo un imperio a un número de la ruleta, le pedí al librero que me recomendara un solo libro; "lo mejor que se esté escribiendo ahora en Uruguay", precisé, con grandilocuencia. Vacilo apenas uno o dos segundos y me entregó Noviembre, de Daniel Mella. Lo lei esa misma noche y me converti en fanático suyo. Luego pude conseguir sus primeros libros, cuyos títulos ya me produjeron un efecto narcótico incluso antes de su lectura, Pogo y Derretimiento. Esas tres novelas son las que conforman esta Trilogia del dolor, donde el dolor es el de la pérdida pero también el del descubrimiento, el de la epifania: ese momento un poco borgeano en el que una persona se da cuenta de quién es. Es un momento que siempre arde, y que atraviesa, como un río silencioso pero persistente, todo lo que escribe Daniel Mella. Su literatura tiene, además, el doble encanto de ser al mismo tiempo dura y lírica: es una prosa que sabe golpear pero que también te contiene, como un terciopelo áspero. Si yo
fuera librero y viniera un chico algo errático a pedirme que le recomendara "lo mejor que se esté escribiendo ahora en Uruguay", le daria este libro y no diría nada más.
MAURO LIBERTELLA
CORREO ARGENTINO
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