Ya sea que narre una deriva por un parque en el sur de Brasil, aborde la obra de Rafaela Baroni o (como en esta Teoría del ascensor) se ocupe de sus contemporáneos Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto, escriba sobre sus muertos familiares (Lorenzo García Vega, Juan José Saer, Julio Cortázar), o dé cuenta del descubrimiento azaroso de unas postales antiguas de Caracas o de su vida en Nueva York, leer a Sergio Chejfec es asistir a una sofisticada forma de recordarnos que toda literatura constituye una doble experiencia: la de aquello que se narra (poco importa si situado en el pasado o en el presente, si protagonizado por el autor o por los sucedáneos de la “primera persona” que Chejfec emplea para que la narración autobiográfica no devenga irrelevante o banal: “él”, “el escritor”, etcétera) y la de la narración misma, devenida experiencia mediante su reenactment en la lectura.
En esa experiencia radica la oportunidad de encontrarse con uno de los acontecimientos más importantes de la literatura en español de las últimas décadas, así como algo parecido a una promesa: la de una literatura que al rechazar radicalmente la lectura rápida no pasa, también rápidamente, sin dejar huellas.
CORREO ARGENTINO
DESCUENTO DEL 10% POR TRANSFERENCIA BANCARIA
Protegemos tus datos