Los poemas pensativos de Jacob Steinberg desatan una Shejiná mental, templos de emociones que brillan como golosinas en quioscos de neón de la ciudad de Buenos Aires: "Santidad/ enojo/ carencia, bah. / Las baratijas que siento". Mientras tanto, una canción sexy musicaliza un ataque de pánico en el Disco -más un rótulo de alimentos procesados que de baile desenfrenado-: la dimensión antirrealista de las ciudades, sus escaleras mecánicas, cadenas de montaje del conocimiento y del arte contemporáneo. La condición incontrolable, impulsiva, salvaje de la bestia que proviene, incluso, de un momento remoto, se ve descolocada por la partícula soy que la contiene dentro de sí: un adoratorio de la bestia que somos. Ahí, quizás, aparezca la pregunta inocente pero aguda que no deja de abrirse, generando teorías explicativas sobre nuestra identidad migrante y efímera. Jacob teje poemas que son, en realidad, hipótesis inteligentes sobre el origen de los sentimientos y su arbitrariedad desconcertante: "dos cuerpos/ se entrelazaron y separaron varias veces, / pero actuás como si esto no dejara/ residuos". Atravesamos el mundo que internet ha construido para nosotrxs, el movimiento del aire y cuerpos que desean ser consumidos. La bestialidad racionalizada del capital vuelve sobre nosotrxs como una venganza: "¿Cómo amar/ entonces/ en este mundo/ sino luchando siempre/ para hacerlo?". Flavia Garione.
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