Traducido a numerosos idiomas y adaptado en varias ocasiones al cine, el fenómeno Solaris continúa siendo igual de interesante y perturbador en el año 2012 que en aquellos lejanos 60 en los que vio la luz, y no en vano su autor, el polaco Stanislaw Lem, es reconocido como uno de los impulsores del género y de los pocos escritores de habla no inglesa que ha conseguido traspasar las fronteras de su país. Por eso, ahora que la carrera del ser humano por la conquista del espacio se halla más avanzada que nunca (lo cual no es decir mucho, la verdad), quizá sea conveniente repasar las implicaciones de aventurarse en una demencial odisea interplanetaria. Y eso es algo para lo que Solaris sirve de mucha ayuda.
Sinopsis
Kris Kelvin acaba de llegar a Solaris. Su misión es esclarecer los problemas de conducta de los tres tripulantes de la única estación de observación situada en el planeta. Solaris es un lugar peculiar: no existe la tierra firme, únicamente un extenso océano dotado de vida y presumiblemente, de inteligencia. Mientras tanto, se encuentra con la aparición de personas que no deberían estar allí. Tal es el caso de su mujer -quien se había suicidado años antes-, y que parece no recordar nada de lo sucedido. Stanislaw Lem nos presenta una novela claustrofóbica, en la que hace un profundo estudio de la psicología humana y las relaciones afectivas a través de un planeta que enfrenta a los habitantes de la estación a sus miedos más íntimos.
Opinión
La historia de Solaris empieza unos cuantos centenares de años en el futuro, con el aterrizaje del psicólogo Kris Kelvin en la plataforma de observación que estudia los sorprendentes e incomprensibles fenómenos que ocurren en el seno del planeta que da título a la novela. Lejos de recibir un recibimiento que pueda calificarse de acogedor, lo que Kris se encuentra al bajar de la cápsula es un panorama bastante ruinoso, con unas instalaciones descuidadas, abarrotadas de desperdicios y una tripulación en paradero desconocido. El ambiente claustrofóbico que se respira no hace presagiar nada bueno, y tras una breve inspección a las dependencias más próximas, Kelvin se topa con el doctor Snaut, un miembro de la expedición solariana que no parece estar en sus cabales y que le advierte entre otras cosas de una presencia maligna a bordo de la nave. Otro de los tripulantes es el doctor Sartorius, quien ni siquiera se atreve a salir de su laboratorio, mientras que el tercero, Gibarian, se suicidó pocos días antes de su llegada. Aunque nuestro protagonista baraja la intoxicación por contacto con la atmósfera extraterrestre como una de las posibles causas de este desconcertante comportamiento, el propio Kelvin comprobará más tarde que no están solos en la estación y que, al despertar del segundo día, su esposa Harey, fallecida mucho tiempo atrás, continúa viva.