Una campaña electoral permanente, acuerdos de coalición insólitos, partidos que no son ni de izquierdas ni de derechas sino «del pueblo», voces que se alzan para acallar a la prensa, polarización y discursos de odio, políticos acusados de traición y un Gobierno demagógico e irresponsable. Estos son algunos de los síntomas de deterioro democrático que allanaron el terreno para que Hitler, un charlatán autoritario al que pocos se tomaban en serio, ganara las elecciones alemanas en 1933. Síntomas que, en un inquietante déjà vu, vuelven a aflorar y amenazan con acercarnos peligrosamente a un pasado que creíamos haber superado.Fiel a la sentencia de Santayana de que quien no conoce la historia está condenado
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