Si en la inmediata posguerra el negacionismo se presenta como una empresa de higiene ideológica destinada a limpiar las marcas del gran crimen europeo, en el siglo XXI se ha ido convirtiendo en una forma de propaganda política que involucra diferentes esferas de modos cada vez más insidiosos y violentos. Ya no es solo un intento de interpretar la historia del pasado sino también una amenaza a la comunidad interpretativa del futuro.
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