“… Decía que les gustaba escribir bien y que eso era todo lo que podían hacer porque no les daba el pinet para otra cosa. Cruel. ¿Cierto? ¿No es cierto? Uno no sabía nunca nada. ¿Cómo lo podía asegurar? La lectura fácil, decía, y en esto él coincidía, generaba lectores cómodos, pero de ahí a llamarlos lectores-hembra había un paso. ¿Acaso no era machista decir eso? Parecía querer decirle a todo el que se acercara a su literadura: es posible que algunos lectores, simples colimbas o cabos de cuarto, hayan llegado hasta acá, deseosos de instruirse y ávidos de comprender. ¡Que tiemblen entonces! Porque a ellos les digo: ¡Que se quemen y que renazcan de su ceniza! ¡Que se los despedace y que renazcan de sus despojos! ¡Que se pudran y que renazcan de su putrefacción! ¡Que sean martillados, laminados, aturdidos, trozados, calcinados, fulminados, y que renazcan de sus mordeduras! ¡Que se desesperen y que renazcan de su desesperación! ¡Que se enmierden y que renazcan de entre la mierda! ¡Que los meen y que renazcan de su humillación! ¡Que acaben conmovidos, empapados, encalzonados, desplumados, trastapados, taponados, plantificados, deshuesados, abollados, y que renazcan de su desasosiego! Porque son ciegos, y en el país del sosiego el muerto es ley. Sí, pensó, y en el maíz del labriego, el cerdo es buey. ¡Maldito, diente de perro! ¡Ah, Qué no!”
Marcelo Zabaloy
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