Este es uno de los libros más complejos publicados en los últimos cien años en este país. No ya por su sistema de argumentaciones, más bien paradojal, ni por su estilo único y malhumorado, sino porque parece haberle sido dictado al autor por el mismísimo demonio. En aquel tiempo –1933– Jorge Luis Borges lo definió como libro de “espléndidas amarguras”, verdaderas a fuerza de sinceras. La Argentina, a Martínez Estrada, le parecía una pesadilla, o más bien una mentira consensuada, por más que por entonces se estuvieran multiplicando sembradíos y silos por doquier y hasta industrias en la ciudad capital y en las principales ciudades de provincias. No obstante, Martínez Estrada emprendió la confección de este informe desalentador acerca de la situación del país: el hombre tenía la piel muy fina, la suspicacia a flor de mente y el don de la intuición, lo que es decir que percibía las placas tectónicas del país en colisión, su tendencia a la autodestrucción. Si un libro ha de ser juzgado por su aceptación o rechazo, Radiografía de la pampa fue recibido por la crítica con intensas ambigüedades. Al comienzo, tuvo cierta notoriedad, pues en el mismo año de su edición Ezequiel Martínez Estrada fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura por dos obras poéticas. Pero transcurrió una década entera hasta que aquella edición se agotara. Nuevas reediciones –veinte aproximadamente– y la persistencia de la interminable crisis nacional atrajeron nuevos lectores, y al fin el libro alcanzó el rango de clásico argentino, equivalente a lo que el Facundo de Sarmiento fue para el siglo XIX.
Christian Ferrer
Radiografía de la pampa fue publicada por primera vez en 1933.
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