Baticueva. Ustedes ni se imaginan cuánto anhelaba que llegara el día del taller, esas horas sustraídas del mundo y entregadas como ramas al fogón de la poesía. Bossi era a un tiempo Batman, pero también Robin de otrxs poetas (de Orozco, Gelman, Bellessi, nada menos) y hasta incluso un poco Alfred, de tan bien que nos recibía. Su baticueva tuvo varias locaciones (desde un colegio de mediados del siglo XIX hasta su pequeño cuarto, en Caseros), pero siempre la misma intimidad, la calidez que emanaba del entusiasmo por la palabra poética que él mismo propiciaba.
Batiseñal. Entonces, una vez por semana, en lo alto del cielo de esta ciudad gótica, podíamos ver impreso sobre la neblina su signo lumínico, la inequívoca batiseñal. Porque era exactamente al revés, y como les digo: él nos convocaba a nosotrxs, y todavía ahora nos convoca desde estas páginas y sus talleres, a cada unx en relación con su propia voz. Leímos de todo. Yo leí por primera vez a Carver, a Pavese, a Cavalli, a Estela Figueroa, a Ponge, a Gruss; la lista sigue, la felicidad también.
Su convocatoria es disruptiva, una llamada a ser otrxs, a mentir para decir la verdad, a ser expulsados de la República de tanto decir una cosa por otra, de tanto buscar transmutar el oro como quería Jorge Leonidas Escudero; para que entonces sea posible el milagro, y que Roberto Sánchez sea Sandro, Bossi sea Batman, yo sea otrx y la tan mentada falta, por fin una canción.
Batiadagias. Cuando era chico me regalaron una historieta que todavía conservo. Era de Spider-man, ese neurótico y torpe aspirante a escritor y a superhéroe, que todavía sueño con ser. Ahora que se publican estas batiadagias y que parte de su sabiduría y su misterio se conservan en letra impresa, voy a guardar este libro en el mismo cofre que aquel cómic, que es una manera de decirles que ya forma parte de mi educación sentimental, que es uno de mis tesoros más preciados; una parte indisoluble del sentido arácnido, de mis oídos, de mi mirada, de mi corazón.
Patricio Foglia