“La noche, frente al mar. Ni el mar ni la noche me calman. Al contrario. Basta que pase la sombra de un marinero… Tiene que ser bello. En esa sombra, y gracias a ella, no puede sino ser bello. El barco contiene en sus flancos esos brutos deliciosos, vestidos de blanco y azul. Deseo cada sombra que entreveo. ¿A quién elegir entre estos machos, uno más bello que otro? Apenas suelto a uno y ya querría otro. Sólo me calma pensar que no existe más que un marino: el Marino. Y cada individuo que veo no es más que la momentánea –también fragmentaria, y reducida representación– del Marino. Tiene todos sus caracteres: el vigor, la dureza, la belleza, la crueldad, etcétera, menos la multiplicidad. Cada marinero que pasa sirve para compararlo con el Marino. Todos los marineros se me aparecen vivos, presentes; todos a la vez y ninguno de ellos por separado sería el Marino que componen y que no puede estar sino en mi imaginación, que no puede estar sino en mí y por mí. Esta idea me tranquiliza. Yo poseo al Marino.”
CORREO ARGENTINO
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