Punk rock, novela en verso según define Walter, más que un retrato en código generacional, se va convirtiendo en una elegía pos-adolescente. Ojo, no una elegía en tono sentimental y pavote. Son los jirones de los años en que la materia de lo real se impone inapelable. No somos los genios que creímos ser en una noche de borrachera, y la magia que atribuimos a nuestros ídolos, no viene a los tres acordes que tocamos en la viola. El punk de los suburbios, no el del anglófilo barrio de Belgrano.
Punk rock es el tránsito rumbo a ese borde.
Porque no viene a vernos tocar esa persona que nos interesa. Desafinamos, todo es feo y absurdo.
Porque mientras tanto nos sorprende que alguien toque porque ama la música o busque un “algo indefinible”. Están locos, no quieren dinero ni chicas. Para qué es el rock and roll, sino para ganar dinero y convocar la atención de las chicas?
Así, el rock and roll como fantasía arltiana: salvarse para siempre con una banda. Ni rosas de cobre ni medias que no se corren: una banda punk. Pero eso no les funciona a todos. No todos los que juegan en inferiores llegan a primera.
Como es una novela en verso, o un largo poema narrativo, se nutre, como todo poema, de su propio fracaso.
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