Si un escritor reciente se impuso la tarea de pensar la particularidad argentina, ese fue Fogwill, desde el lejano 1810 en que comenzaron las aventuras binarias de Memorias de paso. Sin embargo, el núcleo histórico en que hizo foco es el continuo entre los setenta y el plan sanguinario de la burguesía local y los noventa de la pizza con champagne menemista. Punk del olvido recupera el centro de interés histórico de quien fuera amigo, mentor literario y cliente de Catón, con una ventaja que parece obra de la casualidad, pero no lo es: cada uno de los personajes de esta diáspora punk de argentinos en una Europa sacada de las primeras películas de Wenders es, por obra de la alquimia del arte de Catón, por un lado un punto de presión y emergencia de las fuerzas de la sociedad y de la historia, y por el otro un individuo, es decir, el resultado impredecible de la combinación entre esas fuerzas y un organismo. Expulsados por la Argentina de plomo, pero viajando al encuentro de una aventura retratada en los álbumes de polaroids de la clase media argentina, Daniel Silverman, Julieta Maschwitz y el Pampa (los tres, al mismo tiempo, soportes de la historia y simulacros milagrosamente vivos) viven en España en comunidad bajo la explotación de un psicoanalista chanta, venden postales, contrabandean autos holandeses, encuentran neonazis criadores de dobermans, curten la heroína y el punk de la época, entrelazando sus voces singulares con el registro periodístico de sus aventuras policiales y artísticas, en un puente que arranca en el deseo de huir de la pesadilla de la historia, pasa por la comedia de la guerra y llega al sueño siniestro de una Buenos Aires de vidrio y aluminio, exclusiva y excluyente.
Flavio Lo Presti
CORREO ARGENTINO
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