Eliseo Fainzilber es psicoanalista y una mañana se despierta en un banco de la estación Coghlan. Durmió con un libro de Aristóteles y otro de Diógenes Laercio a modo de almohada. Su esposa lo echó de la casa al enterarse de que había fundido el negocio familiar a sus espaldas. De pronto se quedó sin nada. Deambula por la ciudad y conversa con un pordiosero. El destino lo reencuentra con Eleonora, una antigua paciente que insiste en retomar las sesiones con él, pero Eliseo se había alejado hacía años de su profesión a causa de una experiencia traumática. Y aunque quisiera, tampoco dispone de un consultorio donde atenderla. El pordiosero, que tiene más de sabio que de vagabundo, le sugiere que utilice la calle, que caminen como lo hubiera hecho Diógenes de Sínope. Así, Fainzilber regresa a su profesión e inaugura el "psicódromo", un tratamiento que consiste en conversar mientras recorren la ciudad. Una serie de personas se cruzarán en su camino y a medida que él se compromete a desentrañar el origen de sus problemas y resolverlos, irá creando, poco a poco, su propia salvación. En un escenario real signado por la inestabilidad y la frustración, Psicódromo resulta también una metáfora que va más allá de cada personaje para hablar, en mayor o menor medida, de todos nosotros. Una pregunta sobrevuela la novela mientras deambulamos con sus protagonistas: ¿es posible escaparse de uno mismo? ¿Podemos dejar de girar en falso en torno a nuestro sufrimiento y librarnos de aquello que nos perturba? Con la destreza narrativa con la que cautivó a infinidad de lectores, Federico Andahazi propone un derrotero bajo el cielo urbano que es una fuga hacia adentro; el viaje emocional, sensorial y reflexivo de un personaje que parece decirnos que solo manteniéndonos en movimiento es posible encontrar una salida.
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