“Vas a cumplir cincuenta años y todavía no escribiste ninguna canción, pero tenés decenas de cuadernos escritos a mano que te acompañan. Salen con vos a tomar café, duermen en tu cama cuando te sentís sola. A veces, abrir uno es como si te atravesaran un puñal, aunque solo sean letras escritas en una hoja a rayas”. Con esa premisa, suerte de procedimiento al mismo tiempo conceptual y de la vida, Cecilia Pavón se impone el desafío de circular por los cafés de Buenos Aires con libretas que contienen poemas antiguos, canciones, recuerdos. Oráculo de sí misma, juega a que se produzca un raro milagro: que su “yo del pasado” se convierta en una flecha del tiempo e impacte de lleno en el presente.
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