El autor de las premiadas Hacé que la noche venga, Chamamé y Kriptonita, entre otras, presenta su último libro de cuentos Nunca corrí siempre cobré. Este recoge diecisiete relatos autobiográficos que recorren su infancia, adolescencia y adultez, atravesadas por lugares, canciones, películas, libros y amores que marcaron y aún marcan sus pasos. Desde José Vélez, donde el narrador recuerda una pelea en la cancha que a sus nueve años le hizo aprender lo que en verdad era el miedo; pasando por Lisa Hayes era del barrio de los pinos, donde las historias de Robotech son el punto de partida y la excusa perfecta para robar unos besos; hasta Sirenas o La cicatriz que nos hizo Mary Ellen Moffit, donde las protagonistas de Splash!, Dos policías al acecho, Rocky, La guerra de las galaxias, King Kong o Tiburón son las que me / nos iniciaron en el fuego, el narrador comparte sus historias, muchas de las cuales seguramente estén tatuadas también en una generación que creció grabando casetes TDK, mirando videoclips los sábados al mediodía por Canal 11, o películas en la Trasnoche Aurora Grundig y los Sábados de Super Acción. Pero tampoco faltan en este libro las vacaciones familiares en el Paraguay, los lentos americanos, las motos, los amoríos de verano y las aventuras en el Jesse, historias con las que aprendemos que una rubia puede impulsar a cualquiera a ponerle el pecho a los aviones, que un casco de Iron Man otorga licencia para robar, que no hay mejor pelea que la que se hace espalda con espalda con tu padre y con tu abuelo -por hijo de puta que sea-, y que se puede ser un forajido aunque te guste Bon Jovi. Ya conocíamos el mundo narrativo de Oyola. Ahora sabemos dónde aprendió esos pasos. Y también por qué cada día los baila mejor.
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