La muerte la encontró a Juana Bignozzi con las previsiones del caso: un apunte con el modo en que queria ser enterrada, el color de las flores que sus amigos debíamos llevar, la indicación principal de una tumba sin cruz y el cementerio público donde debía hacerse. Sobre estps detalles reposa también una contraseña del lugar que ocupó su escritura: que la muerte no tenga la última palabra.
Estos poemas son piezas exquisitas de un repertorio clásico: repíten obsesivamente la trayectoria de su poesía, es decir, ese movimiento que nace del pasado barrial, desechando el costumbrismo, para llevar con ella la aristocracia obrera. Juana no hizo la revolución pero tomó el palacio de invierno, asaltó sus jardines y las luces de la ciudad. Poemas escritos como grandes carrozas con las que siguió llegando al centro de Buenos Aires, ese escenario para las citas con los amigos nuevos y pasados, con enemigos uevos y pasados, en museos, bares, alcoholes, amores y perdidas.
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