“Fueron, entonces, el viento y la bruma instalados sobre el oleaje rompiendo, el sabor de una manera anodina, siempre incierta y desatada de estar, de seguir estando, todo aquello que pude acopiar en la mañana, tras el epílogo de la noche consumada, el miedo creciente seguido de los estertores que nos había ido dejando el goce”.
En No queda más que viento, Bastián y Bernabé retoman su disputa lúdica acerca del valor, del sentido de su propia creación literaria. El salto ficcional que resuelven realizar hacia el pueblo bonaerense de Chillar y unas playas del sur que albergan la construcción –siempre demorada– de un muelle inserto entre las olas, no será más que un intento de sortear la opacidad que les propone el universo tribunalicio que ambos transitan en lo cotidiano".
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