Andrea Jeftanovic ha captado en estos cuentos, hay que decir que a la perfección, el tipo de miedos y perversiones que son propios de la infancia. Los detectó y los elaboró allí, en la esfera de la niñez; pero luego también los expandió a esos mundos que están fuera de la infancia, en la adultez, como la perspectiva de una muerte cercana, o el hastío sexual, o el desamor de pareja. El resultado de esa combinación es por demás perturbador. Y literariamente tan intenso, que el elogio más cabal que puede hacerse de No aceptes caramelos de extraños es el inverso al que por costumbre se repite: de este libro hay que advertir que no se puede leer de un tirón. Hay que detenerse a tomar aire cada tanto.
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