En el primer cuento de este libro, un niño observa a su abuela mirar, con la vista perdida, a través de la ventana. Allí, las calles de un barrio donde se duerme la siesta. Él le pregunta en qué piensa. Ella dice: “la vida hijo, pero usted es muy chico para entender”.
En el último cuento, un hombre ya adulto —enfrentado esta vez a la mirada perdida de otra mujer, sobre un ventanal que se abre a la autopista y a una ciudad sin siestas— cree encontrar, por un instante, el sentido de la vida. “Quiso explicarlo pero no pudo”.
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