En cualquier historia de enfermedad, junto al protagonismo de la persona doliente que va mutando hasta desconocerse, subyace –y a menudo calla– la figura de quien cuida. Ese relato paralelo emerge poéticamente aquí, a la búsqueda de una gramática que posibilite la despedida y, por tanto, el reencuentro. Yendo y viniendo de la memoria omitida a un presente que deviene ausencia, al leer comprendemos que sólo puede narrarse verdaderamente lo que se ha perdido. De ese modo deducimos la biografía en carne viva de un fantasma paterno, junto a las urgencias de su cuerpo en fuga. “Soy de las que esperan”, escribe la autora, “que los fantasmas activen los objetos y les devuelvan velocidad”.
A través de cápsulas visionarias, fogonazos de poesía internada, aforismos golpeados y epifanías íntimas, Nadie duerme de verdad aquí cultiva una vigilia tan necesaria como una convalecencia colectiva: la de todas aquellas personas que cuidan, despiden y traducen sus silencios. “Cerré primero los ojos y después no”. Eso.
Andrés Neuman
CORREO ARGENTINO
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