“Con dieciocho años y un atado de cigarrillos éramos imparables” dice Vaccarezza, y pone a rodar ficción y registro personal como un conjuro de la mirada contemporánea.
En Nada que corte entramos a dos mundos: los días sin noche de una productora de móviles exteriores para televisión, y, a la vez, al hospital psiquiátrico. Dos polos que, en principio, no se tocan. El relato de Débora, protagonista de la historia, nos lleva, sin embargo, de uno al otro como si recorriéramos un anillo de Moebius que ata locura y razón.
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