LOS ONCE - PIERRE MICHON -Anagrama

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Un cuadro del Louvre: Los Once, los once miembros del Comité de Salvación Pública que, en Francia y en 1794, rigió el gobierno revolucionario del año II e instauró ese período que conocemos con el nombre de la Terreur, el Terror. Billaud, Carnot, Prieur, Prieur, Couthon, Robespierre, Collot, Barère, Lindet, Saint-Just y Saint-André.

Un pintor: François-Élie Corentin, el Tiépolo del Terror.

Un escritor: el historiador Jules Michelet, que dedica, en el capítulo III del tomo XVI de la Historia de la Revolución Francesa, doce páginas al cuadro Los Once, al que llama «Sagrada Cena laica».

Quien busque ese cuadro en el Louvre o a ese pintor en una Historia de la Pintura no los encontrará. Y quien abra ese tomo de Michelet, se encontrará no con el nombre de Corentin, sino con el nombre de Géricault, y con la descripción de un cuadro que quizá sí existe, aunque el autor lo vuelva a crear al describirlo.

Pierre Michon es el gran recopilador de biografías oscuras, de teselas minúsculas e invisibles a primera vista, pero que componen los mosaicos de la Literatura, de la Historia, de la Pintura, del Hombre, en resumidas cuentas. Ese cuadro que no está en el Louvre pero podría haber estado, Los Once, cambia, tras su cristal blindado, según el lado desde donde lo mire el visitante. Y son cambiantes esos once «apóstoles laicos» que pudieron, dice Michon, ser el Pueblo, «el alma colectiva de 1789», y, a la postre, fueron «el regreso del tirano global» que quiere hacernos creer que es el pueblo. «No once apóstoles, sino once papas.»

A su alrededor, esas «vidas minúsculas» de las que es apóstol y reivindicador perenne Pierre Michon: desde los campesinos de Limusín, que abrieron en el siglo XVII, hundidos en el barro, el Canal de Orléans a Montargis, hasta los fusilados de la Moncloa, el 3 de mayo, cuyo farol está también en la mesa de Los Once. La sal de la tierra.

«La consumada habilidad con que se mezclan la minuciosa documentación histórica y los elementos inventados convierte esta invención en algo completamente verosímil, que conduce al lector a los temas habituales de Michon, presentes aquí al rojo vivo. Conjuga esta narración, con enorme y compleja ambivalencia, todos los motivos autobiográficos del autor (ruralismo, ausencia del padre, culto a la educación, fusión materna, salvación) y la evocación de esos dos "mitos sociales" que son para él la Revolución y el arte» (Cécile Guilbert, Le Monde).

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