"Las mujeres en esta familia no engendran a sus hijos, se los traen de lugares. A nuestra prima Carolina la trajeron de una provincia del norte cuando tenía cinco años y dice mi mamá que llegó con las uñas negras de carbonero; la abuela misma no conoció a su madre, la entregaron a una prima lejana porque no tenían plata para criarla. Y a Francisco la tía Perla lo fue a buscar a una iglesia y cuando lo acostó en la cama de la abuela ya pesaba ocho kilos. Tenía el pelo duro y marrón y las piernas gordas y apretadas como un pollo al horno.
Perla había abierto la puerta con el bebé en brazos. El santito venía envuelto en una manta verde agua. Casi no me dejaban ver qué pasaba, porque todas rodearon a Perla y se la llevaron como si fueran palomas picoteando de lo mismo. La abuela dijo por acá por acá, y abrió la puerta doble de su cuarto y Perla lo acostó en la cama. Ahí me dejaron pasar, que lo conozca la nena, dijeron. Por fin podía verlo de cerca. ¡Y olerlo! Tenía la cara redonda y gorda y los ojos cerrados con tanto hermetismo que pensé que nunca antes había visto a una persona dormir."
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