"Los Hombrecitos eran reales. Un haz oportuno de luz lunar o de los faroles de la calle mostraba que tenían volumen, no eran proyecciones, prestando atención se oían sus pisadas, un tam-tam irregular, notorio sobre todo cuando sus bailoteos los llevaban a los techos de chapa o los sobretechos huecos de las viejas construcciones que se sucedían hacia la esquina de Bonorino (porque siempre iban en esa dirección, como programados). Medían alrededor de un metro, como niños, pero los sobretodos anticuados delataban su paradójica condición de viejos saltarines.
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