Enrica tiene diecisiete años y sobrevive pasivamente en una cotidianidad mediocre y asfixiante. En su casa, como ajenos a su presencia, coexisten un padre abstraído en la construcción de invendibles jaulas para pájaros y una madre desengañada que se consume en una rutina anodina y frustrante. Sumida en esta condición de crónico desamparo, Enrica se ve obligada a hacer frente sola a los cambios de una existencia desconcertante sin más armas que su desidia. Indolente y resignada, se deja arrastrar por la inercia de la vida y deambula a tientas entre el amor y el sexo buscando en ellos un refugio y una forma de definirse.
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