El autor crea una fábula filosófica de la experiencia visual a través de dos figura emblemáticas, opuestas en un perpetuo dilema: el hombre de la visión creyente, que hace suya la palabra del evangelista frente a la tumba vacía de Cristo, y el hombre de la visión tautológica, que pretende asegurar su mirada en una certeza cerrada. Entre dos parábolas literarias tomadas de Joyce y Kafka, y ante la imagen de un gran cubo negro del escultor Tony Smith, el autor replantea la relación de la forma con la presencia, de la abstracción geométrica con el antropomorfismo, e intenta comprender mejor la dialéctica del volumen y del vacío.
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