Libro de los pasajes se vale del título benjaminiano para hacerle significar algo completamente distinto al sentido para el que fue acuñado, y también de una palabra levistraussiana –“Mitológicas”– para designar una práctica animada por el propósito de descifrar una ciudad a partir de algunos nombres propios que pasaron por ella, sin necesariamente haber nacido en ella. Córdoba como tierra de paso; Córdoba como tierra donde pasaron cosas.
Se prolonga aquí la hipótesis cultural de Contra Córdoba, donde los nombres eran otros: la historia de la ciudad aloja un conjunto de experiencias cuya singularidad se abre menos a la investigación historiográfica que a un hallazgo involuntario de sentido. Busca producir una experiencia de ciudad (política en un sentido lato) que se vale de la arqueología urbana y la práctica del objet trouvé como método de trabajo, atento al constante intercambio entre la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos.
La experiencia de ciudad que se invoca con estas “mitológicas” reviste un propósito político y nace de una incomodidad. Córdoba como objeto de escritura, de pensamiento y de trabajo; Córdoba como enigma que se indaga en lo que ella misma produce y malogra no es una tarea que tiene un sentido en sí misma. Lo tiene en tanto conjuro para despertar una memoria involuntaria capaz de producir rupturas con lo que ya sabemos, y fecundar lo que no sabemos. Lo tiene en tanto urgencia por construir el Arca de Noé –o apenas barco fantasma– de una ciudad sumergida en el diluvio conservador de la banalidad y la clausura reaccionaria.
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