Esta novela fue una vez clandestina. De manera oculta se publicó durante la dictadura militar. Entonces llevó el título de Novela, o las aventuras y oficios de dos muchachas americanas.
Anduvo por las cuevas de cajones; las hojas embarradas de herrumbre, llenas de erratas y desatinos de sintaxis. Su vida prohibida me colocaba a mí, constructor, en una apacible tristeza. Pero un verano de un sol que levantaba burbujas en el alquitrán de las calles, supe que la novela salía de penumbras, de desatinos, de la tristeza clandestina. Supe que sería editada bajo el nombre de Las muchachas sudamericanas; que sería un libro de hojas tersas, de letras sin borrones y de perversidades en precisas agudezas.
Entonces la dulce apatía fue cambiada por un trastorno de pánico. Seguramente mis circunvoluciones cerebrales se llenaron de pensamientos intrusos. Recorría las calles tambaleante. Hasta que le pregunté a un amigo: ¿Por qué estas averías básicas? Y él me dijo: Acaso vos creés que las hojas color de hueso, el trabajo de limpiar erratas en un fregadero, el pulido en los bordes de la sintaxis, producen atenuaciones a tu prosa atrabiliaria. No hay atenuación, no hay atenuación para unas descripciones anatómicas de mujeres jóvenes, ni de las maldades. Y los pecados están.
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