Gonzalo vive en un pueblo de provincia con su tía y su hermana, con quien comparte la orfandad de unos padres que han muerto tempranamente. Está cursando los últimos años de la secundaria y su cuerpo se ha convertido en un campo de batalla: una entidad mutante que varía más allá de su voluntad. En la feroz convivencia escolar, consigue un refugio: Damián, su único amigo, con quien descubrirá un deseo que todavía no puede nombrar. Pero Gonzalo ansía huir de la disciplina férrea de su tía: por eso consigue un primer trabajo y con él la revelación de que el saqueo puede ser una forma de indemnizar los sueños. Frente a ese mundo hostil, el cine será su principal plan de evasión: no sólo ver películas, sino también repasar las tramas con su hermana como si esos films taquilleros de los años ochenta fueran una escuela de vida.
Con su delicadeza y sensibilidad únicas, Santiago Loza despliega en esta novela los artificios de la memoria: un hilo que oscila entre la cercanía y la distancia para engarzar las piedras del recuerdo en la herida dulce y doliente de las primeras cosas.
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