Para atravesar los misterios del amor travesti, Camila va armada de su voz de arrope y los amuletos que supo construir en la intensidad de la noche. Algunas veces ama y otras odia, desea y es deseada, mezcla la pena y la dicha en cada uno de los cuerpos sobre los que se derrama. Una vez fecundada, engendra versos carnívoros y plantas dóciles que pueblan los balcones que sus tacos habitan. Enorme forjadora de magia, sólo podemos estirar el cuello desde abajo para verla sangrar, arder y reírse del mundo.
Quizás la memoria por los amantes idos sea la que menos duela de todas las que nos ofrenda su escritura, está también la madre alquilada a otra familia, la fatiga del padre en su lucha contra la pobreza, la amada del amante, los amigos muertos.
Por momentos quisiéramos blindarla de algunos recuerdos, pero sería como encapsular a una luciérnaga, un parpadeo de la luz más delicada antes de la absoluta oscuridad. Un ser frágil atrapando las palabras que le llegan por el aire libre de la experiencia.
El corazón lector que se anime a transitar la belleza salvaje de La novia de Sandro no podrá salir ileso.
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