El universo es cautivante: ocho seres abandonados huyen del mundo para refugiarse en un lugar frente a un río inmenso que se parece al Río de la Plata. “No somos delincuentes, simplemente nos salimos del mundo”...“Vivimos en este refugio porque estamos todos rotos”, dicen algunos de ellos. Pero lo sugestivo en La Madre de la noche, narra da por tres de sus protagonistas, no se limita a los vínculos que se tejen entre sí. La trama se desborda hacia las historias de cada uno de los protagonistas y hacia el entorno, sus vecinos y los visitantes, tan perturbadores como ellos.
El resultado es inquietante: los focos de fascinación instalan una mirada sobrenatural sobre los hechos y en la calma del refugio también irrumpen los manejos siniestros del poder. En ambos prevalece una protagonista fundamental: la naturaleza, una presencia vigorosa y protectora que
está amenazada por ese poder desentendido de tanta vida como circula a su alrededor y solo atento a sus propios intereses. Puede desencadenar una catástrofe. En síntesis, nos encontramos ante un mundo complejo, atrapante, y marginal. Ante una novela que cautiva.
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