El pueblo es la fuente de todo poder democrático. Pero la elección no garantiza que un gobierno esté al servicio del interés general ni que vaya a estarlo. El veredicto de las urnas no puede ser, pues, el único patrón de la legitimidad. Los ciudadanos tienen cada vez más conciencia de esto. Por lo tanto, se ha ido imponiendo una comprensión más amplia de la idea de voluntad general. A partir de ahora un poder no es considerado plenamente democrático si no se somete a pruebas de control y validación, al mismo tiempo en competencia y complementarias de la expresión mayoritaria. Debe plegarse a un triple imperativo de distanciamiento de las posiciones partidarias y de los intereses particulares (legitimidad de imparcialidad), de considerar las expresiones plurales del bien común (legitimidad de reflexividad) y de reconocimiento de todas las singularidades (legitimidad de proximidad). De ahí el desarrollo de instituciones como las autoridades independientes y las cortes constitucionales, así como el surgimiento de un arte de gobierno cada vez más atento a los individuos y las situaciones particulares.
Hemos ingresado en ese nuevo mundo sin advertir su coherencia y sin haber interrogado con lucidez sus problemas y consecuencias. Pierre Rosanvallon se aplica a develar sus mecanismos y sus implicaciones. Luego de publicar La contrademocracia, propone, en esta segunda parte de su investigación sobre los cambios de la democracia en el siglo XXI, una historia y una teoría de esta revolución de la legitimidad.
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