Durante décadas, se creyó que la catástrofe judía deslegitimaría el antisemitismo para siempre. Sin embargo, ya en 1945, se perpetraban pogromos en Polonia, mientras que en Francia los años 2000 verán incrementarse un antisemitismo inédito desde la guerra. Si el genocidio desbordó desde hace mucho tiempo el marco de las comunidades judías hasta volverse un acontecimiento cultural en Occidente, aquí y allá aparecen críticas sobre su lugar dentro de la memoria colectiva. Esa sensación de saturación deriva, en realidad, de una sociedad que convirtió el genocidio en el alfa y el omega de la creación. Ahora bien, a la inversa del objetivo buscado, esa centralidad memorial terminó impidiendo pensar el presente. La tragedia, a menudo reducida a un eslogan desvaído, las “horas más oscuras de nuestra historia”, nos hacen olvidar que el presente está cargado de nuevas tragedias, inéditas por definición. Y en el mismo movimiento, la historia judía, acaparada por el genocidio, es acusada de ocultar los otros relatos dentro de la competencia de las memorias.
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