Una mañana tan fría y hermosa como cualquier mañana de invierno Cecilia Fanti está cruzando la calle –una inocente ciudadana del mundo que camina y escucha música– y un auto le golpea la cadera, la hace volar y cae con fuerza contra el asfalto. Nuestra heroína primero no siente nada, apenas confusión y perplejidad, pero su cuerpo ya se ha astillado por dentro: todo está roto y hay que reconstruirlo. Esta novela narra ese renacimiento, como si de pronto tuviéramos que aprenderlo todo de nuevo. Este es un libro sobre el dolor veteado con relámpagos de belleza. Lo que hace la narradora es hurgar dentro de la caja negra, examinar las grabaciones del desastre para tratar de entender cómo volver a pararse en el mundo. De una precisión obsesiva, Cecilia Fanti deja testimonio del accidente, la operación y los 35 días de internación, atrapada en una situación que tiene la complejidad de ser a la vez cómica y terrible. La chica del milagro está escrita entonces con la velocidad y el estilo de esa reconstrucción: alterna entre el presente y el pasado, salta de la frase corta al párrafo largo, va y viene, porque ese es el único modo de capturar una experiencia dramática. Todo eso pasa en este libro que es también, por qué no, un autorretrato: el de una chica que “llora porque le gusta”, que come pan y fuma y que una mañana fría y hermosa se encontró con el tipo equivocado de conductor. Mauro Libertella
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