Noah quiere tener una casita. Una que sea toda suya. En la que entren sus amigos. Y sus juguetes. La construirá él solo, en un árbol muy alto, muy enorme. ¿Cómo hará? Noah sabe: con madera, tornillos y mucha determinación. ¿Y luego? Y luego, la disfrutará. Pero… (es que siempre hay un “pero” en los cuentos), ¿qué pasa si hay un peligro -dientudo, peludo, que da miedo- acechando? Noah sabe, pues él tiene respuestas para todo. Porque esa casitamía es mucho más que una casa: es un refugio, una cocina que huele rico, una cama mullida, un sitio donde la imaginación germina y los miedos se vuelven pequeños, muy pequeños. Y Noah, cada vez más grande, poderoso y valiente.
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