Los libros a los que más nos gustaría reseñar, tal vez, como sentenciara Eliot, no lo necesiten. Llegado el momento se pone a prueba el deseo de leer y de decir algunas palabras para dar la bienvenida a los nuevos poemas de Silvio. El libro que los incluye podría concebirse como un "breve tratado sobre la amistad" aunque esta denominación parezca un oxímoron. En efecto, la materia de los poemas reunidos en La buena suerte gira en torno a la relación entre literatura y vida y en la configuración de ese imaginario existe un núcleo concentrado en los lazos de amistad entre varones. En la voz y en el ritmo cadencioso de los poemas resuena cierto tono melancólico. Hay una constante preocupación por el carácter implacable del tiempo que alerta sobre la propia finitud. Sin embargo, frente a la posibilidad cierta de la muerte, existe la opción de acudir a la memoria y a sus posibilidades de invención. Se evoca una multiplicidad de momentos que son, a la vez, fragmentos de experiencias vividas y atesoradas en el recuerdo de los que ya no están o de aquellos que, por determinadas circunstancias, permanecen apartados de la vida presente. Son fantasmas que regresan siquiera fugazmente a habitar la
escritura y evitar así que se proyecte sobre ellos la sombra terrible del olvido. Porque ¿qué otra cosa prueban o testimonian estos versos, estos cangrejitos con su modo de caminar hacia atrás si no es la lucha contra el paso del tiempo y el peso definitivo de lo que significa "ser olvidado? Esa expresión que tanto inquietara al historiador francés Jules Michelet: "¿Qué ser humano se atreve a condenar, incluso a los más criminales, a la peor de las muertes: la de ser olvidado para siempre?" La buena suerte es tener amigos y escribir para que nadie sea olvidado.