Lector invicto, víctima de una pereza inagotable, Roberto “Bobi” Bazlen fue una leyenda en vida. Haciéndole una reverencia (tal era el genio que lo habitaba), supo encontrarle a esa pereza un oficio y hasta asignarle una reputación. Bazlen nació en Trieste en 1902 y leyó los mejores libros de la literatura europea de la segunda mitad de siglo –a menudo por primera vez– y les encontró sitio en el mundo editorial. Hizo algo mejor: sin llevar un diario de lecturas –su pereza era lo contrario de una pose–, contó a amigos, editores y poetas cómo estaban hechos esos libros, de qué manera lo impresionaban y, sin prejuicios académicos, qué importancia podían tener en una cartografía literaria que conocía a la perfección. En estos informes se puede leer una crítica literaria única, previa, anterior, la que permitió desarrollar el oficio de lector sin que lo avalara escuela ni carrera alguna, como ejercicio solitario y solidario, ejemplar. Las cartas a Eugenio Montale agregan una nota admirable sobre la amistad. El gran poeta le rindió un homenaje póstumo en “Carta a Bobi”: “Así se hizo de ti / una leyenda superficial y vana. Dicen / que eres un maestro no escuchado, tú / que a demasiados maestros escuchaste / y no has desconfiado de ellos. Confesor / inconfesado no podías dar nada / a quien ya no estuviera en tu camino”.
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