La peligrosidad de la poesía, como la peligrosidad de casi todo lo realmente poderoso, radica en su poder transformador. Ante una obra de arte poderosa cae nuestro bienestar ideológico y político. Aparecen rumbos extraños y de pronto el lector se queda en patas. Se caen las estanterías cuando nos encontramos con un poema de esta naturaleza: “Crisis: La oferta/ se vende bien/ el resto nada”. Ya está, ninguna pista más, el poema se acaba en el mismo momento que abre su puerta. Parece que todo es posible para este pensador con birome en mano. No importa si cada poema puede ser catalogado de anecdótico, de arte menor, o sencillismo sofisticado. La matriz filosófica de estos poemas nos permite disfrutar en el desconcierto. “Un salamín saborizado:/ menta”. Tiene el don de contenerse en una sola palabra y un solo verso. La imagen no abandona la cabeza después de haberla leído. Salamín, menta… Otra vez el desconcierto, salamín menta, otra vez un mundo nuevo. O este otro: “Domenico Lancellotti:/ A aé, aé, aéeee/ A aé, aé, aéeee”. Intuiciones, aciertos, anarquía del sentido, risa y parodia, llanto y gravedad también, por supuesto. En el fondo, tampoco es nada de todo esto. Imagino que es poesía siempre mental escrita por un don singular nacido para el lenguaje. Una antena como la de cualquier barrio, a la que se puede acceder con la misma experiencia con la que se escribe.
— Humberto Anachuri
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