Podríamos estar horas hablando de Ernest Hemingway, de lo que fue, de lo que todavía es. Un autor que, como dijo Alan Pauls sobre Borges, su némesis del siglo pasado por corpus y figura, no escribe una obra, escribe una literatura. La convoca. Ese Hemingway es, esencialmente, el primer Hemingway, el de los años veinte, cuando hace su irrupción y cambia el estilo de la prosa —más arquitectura que decoración—, no solo de su tiempo, sino para siempre. Los catorce cuentos de Hombres sin mujeres forman parte de esos años dorados en los que fundó un estilo, una técnica que trabajó hasta la pureza. Los hombres de Hemingway son lo que hacen, sí, pero no solo sus actos los definen, sino el principio que los mueve: el honor. Acá son toreros, boxeador
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