De melodía más bien seca, Hay que llegar a las casas despliega su lirismo en imágenes inspiradísimas y austeras. Es una novela hecha de detalles: los silencios largos y las conversaciones cortas de cuatro varones -tres viejos que no se fueron nunca y un joven que acaba de volver al pueblo después de años. Sus mates, sus borracheras y, otra vez, sus silencios. Y los ruidos: los de la charla amenazante del comisario, los del río a la noche, los del hermano muerto en la casa de al lado, los de los tiros que anuncian nuevas muertes, los de la memoria que recuerda otras.
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