"Toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo". El epígrafe de Gastón Bachelard, que encabeza el poema "Geología", revela que a la infancia es imprescindible reinventarla. ¿Cuándo? En la adultez. Resulta preciso dejar atrás lo que no fue bueno, separar el pasto de la maleza y explorar aquello parecido a un deseo, o que -con todas las letras- es un deseo. La niña-geóloga de estos poemas procura descifrar las palabras talladas en piedra, casi indestructibles, aprendidas en los primeros años. ¿Qué palabras resultan indestructibles y, a veces, "indescifrables" ¿Qué callado dolor es necesario remover usando aquellos vocablos infantiles, pero también otros de nuevo porvenir? Geología de Claudia Masin es un libro sobre el lenguaje y su combustión, sobre su poder y el necesario trabajo que cada individuo hace con los términos que le tocó en suerte recibir, como pesada carga o como herencia vital. De cualquier forma, la lengua siempre es un legado a recrear. En ocasiones, a la manera de un fósil, la lengua puede ser el sustrato de un habla que no es propia. Si somos hablados por los ancestros, el acto más valiente consiste en sacudir las piedras solidificadas de otros, aquellas palabras que ya no nos pertenecen tal como las hemos aprendido ni en su espesor ni en su forma. En una tarde, cuenta este libro, ante la inminencia del verano, el cuerpo de alguien que escribe, de alguien para quien las palabras son decisivas, percibe una antigua "falla" geológica, como si captara sutilmente un temblor y una revelación, la pérdida de un peso, o mejor, el anhelo de que ese peso se aligere. Este descubrimiento proviene, precisamente, de una exploración geológica, ya que las palabras arrancadas de las piedras áridas de la niñez, las palabras impulsadas a un nuevo sentido, comenzaron a forjar un movimiento crucial. Ese movimiento de indagación funda una gramática particular que, como en el caso de la poesía de
Claudia Masin, mas que a una lengua, permite dar lugar a la intensidad de una voz.