La acción se desarrolla durante 24 horas en un cuarto de hotel en Reikiavik. Acosado por la helada que se abate sobre la ciudad, Thevenet quiere aprovechar el impasse climático para hacer balance de lo que vino a investigar a la otra punta del mundo: los avatares del ajedrecista Bobby Fischer, que en 1972 ganó en Reikiavik el campeonato mundial de Ajedrez. El año anterior, Fischer (y ese es el corazón del manuscrito que Thevenet relee para terminar por fin de escribir) se había ganado el derecho a participar de ese evento en las semifinales que se realizaron en Buenos Aires. Sin embargo, las barrocas peripecias porteñas e islandesas del legendario maestro estadounidense –que volvería a la aislada isla de Islandia, mucho después, para morir- son solo la punta del iceberg de esta Fuga de invierno. Desde la pesadilla del despertar hasta el descenso nocturno al sueño, la jornada trama una galaxia narrativa con muchos y diversos núcleos: la nimiedad cotidiana de la vida de hotel, los pasados del protagonista, su relación periódica y abierta con Laura Mateos -a la que no avisó de su partida ni su viaje a Islandia-, la escritura frustrada de poemitas japoneses o el intercambio de mensajes con sus contactos locales, Stefán y Ástridur, son algunas de sus variaciones argumentales. Una visita inesperada, contra todo, cuando ya nadie lo espera, logrará introducirse en ese búnker de un día para trastocarlo todo.
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