Vivimos en un mundo de fantasías. Las actuamos, nos defendemos de ellas. Una de las más importantes: la de seducción. Todo el tiempo seducimos. Al hablar se seduce. Contar una desgracia puede ser un modo de seducir, también hacerse el tonto. Y el secreto de la seducción es que se seduce activamente para evitar ser seducido. Es decir: más seductor es alguien, más pasivo es en el inconsciente. Lo demuestran los varones que se hacen los galanes, y luego de la conquista pierden el deseo; tanto como las mujeres que “van al frente”, pero en la intimidad son muy inseguras. Porque respecto a la seducción sólo se puede tener una posición pasiva; eso quiere decir que el seductor por excelencia sea el padre. El Patriarcado es una fantasá.
No es la belleza la que une los cuerpos, sino la fantasía de seducción que, en el varón y la mujer, tiene dos elementos: por un lado, la mujer no acepta la seducción, pero al rechazarla se declara seducida; por otro lado, el varón se afirma como seductor cuando la mujer se le niega, su deseo es proporcionar al modo en que ella lo castra. La castración enciende el deseo de la seducción. Y no tiene nada que ver con la histeria: una mujer puede negar la seducción, para incentivar al seductor, y no por eso “histeriquear”. Son cosas distintas.
Las formas de desear dependen de cómo se relacionen actividad y pasividad. Masculino es el deseo en el que la actividad compensa la pasividad, y es activo para no ser pasivo, mientras la pasividad es su condición. Por eso los varones suelen hacer chistes homofóbicos o misóginos. En la feminidad, actividad y pasividad no se compensan sino que se influyen recíprocamente: femenino es el deseo activamente pasivo (de la que busca una seducción que rechaza) o pasivamente activo (de la seductora que se inhibe). El deseo femenino tiene más posibilidades. Cada una de esas posibilidades es una fantasía específica.