Lucas era de esos chicos que apoyan la cabeza sobre la almohada y adiós: ya están fritos. Así era. Cuando en el desayuno alguien le preguntaban si había dormido bien, él siempre respondía que sí. Pero cuando le preguntaban si había soñado algo lindo, decía que no. Y no porque hubiera soñado algo feo sino, simplemente, porque no sabía. Hasta que un día (o mejor, una noche) empezó una asombrosa aventura.
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