SiSé que no es nada muy fascinante, pero es nuestra vida”, escribe una madre a sus hijos en una carta en la que les cuenta sus últimos hallazgos: la mayoría de los alimentos que consume vienen de lugares tan remotos que le resulta vergonzoso seguir comprándolos y decide cambiar radicalmente su vínculo con la alimentación, y además empezó a sentarse en otra silla de la mesa de la cocina porque desde allí ahora puede ver los árboles por la ventana. Quizás sean hechos nada fascinantes, pero a través de la mirada de Lydia Davis se resignifican y adquieren una belleza particular por la manera en que los articula a partir de un lenguaje tan despojado como perturbador.
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