La poesía de Alejandra Pizarnik es uno de los clásicos más poderosos de nuestra literatura, con impacto prolongado, incesante, y siempre intensamente perturbador. Quedar conmovidos de modo indeleble por ella es una experiencia singular y a la vez compartida. En cambio, es muy infrecuente que del amor fiel a las huellas imborrables de esa lectura resulte -como aquí- otro clásico, el ejercicio a la vez crítico y poético de una ética de la entrega.
Este libro de María Negroni es al mismo tiempo la rara voz de un acontecimiento que no cesa, una arenga convincente a favor de la guerra que la poesía libra de modo extremista contra la subjetividad y contra las patrañas de la Cultura, una delectación de la inteligencia crítica y una epifanía de la incertidumbre
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